V i e n t o . e n . e l . a l m a

Este fin de semana fui a un pequeño balneario a unas 3 horas de Santiago. Extraño puede parecer pero lo que más me gustó fueron sus árboles, que no eran el gran atractivo del lugar, ya que es destino de windsurfistas principalmente. Su imponencia permitía generar un bello juego de luces y sombras, y eran el marco del paisaje.
 
 
No pude evitar hacer una reflexión al ver las fotos. El fuerte viento que soplaba sin cesar solo está en mi memoria ya que la imagen no lo refleja. Y de la misma forma, cuando vivimos procesos internos, muchas veces pasan invisibles al ojo externo. Aunque nos azoten sin clemencia. Aunque llenen de escalofríos el corazón.
 
 
El camino cuesta arriba lleva a llanos con sol, para luego descender y volver a subir. Es un circulo del que pareciera imposible salir. Pero lo cierto es que en cada vuelta tenemos más capacidades y podemos apreciar el paisaje en sus luces y sus sombras. Se entra en calor con el ejercicio, y se sufre el frio al hacer un alto en el camino.
 
 
El viento da forma a la copa de los árboles. A veces logra torcer su tronco, pero aún así logran sostenerse. El sol tiñe las hojas. Es primavera y un verde brillarte comienza a ganar espacio poco a poco.
 
 
La vista cambia de cuclillas. Los pastizales rojizos toman protagonismos. El viento baila con ellos más fluidamente. Tienen menos resistencias...
 
 
Aquí el aire es limpio. Los colores son vivos. No hay sonidos de ciudad. Los pájaros cantan sin timidez. Como debiera ser. Sin miedo. Sin ataduras.            
 

El mar es helado y distante. Admiro a quienes disfrutan metiéndose en sus frías aguas y pasan horas tratando de domar la velocidad que el viento imprime a sus velas.

 
El contraste entre luz y sombra se va apagando a medida que avanza la tarde. Invita al recogimiento. Quizás porque caminar contra el viento cansa. Quizás porque el paisaje es un reflejo del alma.
 
 
 

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